viernes, febrero 23, 2007

Sting, Teatro Verdi, 21/02/2007

El infierno se ha congelado. Es un hecho. El retorno de las Spice Girls, el nuevo look de Britney Spears, y la reunión de Police son pruebas más que fehacientes. Sí, Sting vuelve con Copeland y Summers, pero paralelamente sigue con su gira en solitario. Una gira muy extraña, ya que Sting está presentando un disco en el que interpreta canciones de trovadores ingleses del siglo XVI, con instrumentos de aquella época, pero, degraciadamente, en directo no va vestido como un bardo de aquella época.

Sabiendo este dato ¿por qué fui al concierto? Porque Sting tal vez se dignaba a tocar algo de su anterior etapa en solitario (esa en la que tocaba canciones del siglo XX compuestas por el mismo).

El escenario no dejaba lugar dudas de que lo que iba a oir ahí iba a ser música antigua. Había varios tipos de laudes, más grandes y pequeños, más heavys (había uno con doble mastil)... Todos con diferentes nombres (que no logro recordar). Sting salió y durante 55 minutos más o menos, acompañado de un laudista (si no se dice así, me la pela, mola) y de vez en cuando de un coro de 8 personas, tocó el disco entero mientras nos contaba la historia de los bardos ingleses del siglo XVI, que eran algo así como las estrellas del rock de aquella época.

Hay que decir que la música que no era un coñazo pero tampoco la polla y para una horita se soportaba y ver simplemente lo bien que cantaba Sting merecía la pena.

Y el concierto llegó a su fin, ya había tocado todo el disco. Se despidió y la gente empezó a pedir un bis, parecía que no habían tenido suficiente ración de música popular del siglo XVI. Y Sting volvió, agarró su laud, y se marcó un Fields Of Gold a dos laudes. No podía creer lo que estaba viendo: la canción intepretada de esta forma ganaba en intesidad, intimidad y emoción: ponía el pelo de punta. Después de esto el público estaba eufórico y él respondió con lo último que podría haber esperado: una versión de Robert Johnson ( ya saben el negro al que Karate Kid sigue para enfretarse con Steve Vai en un cruce de caminos). Blues tocado con laudes: lo nunca visto. Y entonces llegó la despedida, sonaron un par de acordes y todo el teatro reconoció que iba a tocar Message in a Bottle, la ovación histérica impedía que se oyera la música, pero cuando retornó el silencio, uno volvía a tener la misma sensación que con Fields of Gold pero multiplicada por mil. Después de esta puta maravilla, salió el coro, tocaron otra canción del siglo XVI y se despidieron.

Se pidieron más bises, pero Sting sólo salía a saludar: no se digó a brindar alguna canción más. Una pena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sting siempre ha sido un "peacho" de músico.
Me alegro de que te molase.
A ver si viene por aquí con los Police.
Baich